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Ana Elisa Medina

El despoblador

Por todos lados la noticia se expandía. En la patagonia argentina había oro y se podía adquirir campos con gran rentabilidad. Cabo Vírgenes era la gran mina de oro a cielo abierto así que los aventureros y buscadores empezaron a llegar desde lejanos países. Como no podían faltar, siempre abundaban los sajones que llenaban sus alforjas y realizaban pingües negocios. Uno de ellos hizo gran amistad con otro inglés llamado Nister Bond, propietario de la estancia "El tehuelche" ubicada cerca del río Santa Cruz, le propusio la administración de su campo y éste aceptó. Le contó que había llegado como tantos otros en un barco que hizo escala en Punta Arenas. Allí hizo amistades con otros hombres que habitaban en la zona sur. Lo contactaron con el administrador de The Monte Dinero Sheap Farming Company y trabajó duro en el campo. Aprendió todos los quehaceres y conoció el terreno. Ahorró dinero y se compró varias majadas, algunos caballos y emprendió el gran viaje a la tierra prometida.

El clima como el suelo eran más bravos que los indios mansos que poblaban la zona. A pesar de todo trabajó duro para tener en pie su establecimiento y aumentar la hacienda, pero la codicia y la crueldad de Mister Bond pronto salió a relucir a medida que sus ganancias en libras esterlinas acrecentaban.

Una mañana un peón le informó el faltante de algunas ovejas. No era la primera vez que eso sucedía. Furioso reunió cuatro hombres y salió en la búsqueda de los ladrones. Ellos sabían quiénes eran y siguieron las huellas. Iban bien pertrechados con armas de fuego y los cuchillos bien afilados.

El administrador que no estaba de acuerdo con los procedimientos de Mister Bond pensó: "No serán las primeras orejas de indios que cortaran ni las decapaticaciones".

Como era buen cristiano rezó para que no los encontraran.

El grupo armado recorrió varias leguas sin dar con ellos. La noche los encontró cansados y acamparon debajo de un alero de roca, decidieron regresar al otro día. Allí urdieron el plan.

Si no los encontraban Mister Bond aceptaría el tratto que una vez le hiciera el cacique y organizó una bacanal fiesta para cerrar el trato. mandó emisarios con la noticia. El cacique aceptó la reunión y concurrió con todo su pueblo.

Mister Bond sacrificó veinte "guanacos blancos" -así llamaban los indios a las ovejas- y sacó de su bodega abundante aguardiente para agasajar a ciento diez indios, de la tribu más cercana, liderada por el cacique tehuelche más pacífico que tuvo esas tierras.

Ela roma de lso corderos asados se extendió a la distancia, imposible de eludir al olfato y despertar aún más el hambre en los estomagos vacíos y lánguidos.

Hombre, mujeres y niños comieron y bebieron hasta el hartazgo. La luz de la luna iluminaba por últimas vez los rosotros de famélicos comensales.

Al otro día quedó el tendal de cuerpos desparramados por todos lados.

Mister Bond sonriente y con un vaso de whusky en la mano preguntó a su capataz:

-¿Puso todo el veneno... no?

-Así es patrón.

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