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Héctor Rodolfo Peña

Búsqueda


Deteniendo el alma estremecida

en los confines de la noche;

recomenzando todo en el silencio

en el oscuro pozo de la duda;

abriendo el corazón como una rosa

de fantasmal jardín siempre en penumbra;

un peligroso equilibrio de razones

sobre el abismo existencial que mira...

Azogando cristales para nadie

masticando ideas como fetos

aullándole a la luz, que no comprende

gritándole al mar, al viejo sordo...

Así va el Hombre. Vamos caminando,

por un sendero milenario y virgen

(cada paso descubre lo que somos

cada paso construye otro camino...)

Y no obstante hoy, aquí, mañana, nunca

o siempre... siempre el mismo sol mirando

raspando las cabezas y la Tierra

pasando como un ciego monstruo alado...

Decir: Naturaleza no es bastante...

Nadie comprende incluso que comprende

su impotencia crucial, desesperante

mientras gira la rueda insobornable.

Vamos andando como un niño

entre lejanas paredes incoloras

y es todo soledad, miedo, vergüenza

y es todo tan lejano que da río.

Pero debe existir una salida

tiene que haber una puerta en las tinieblas

puede llamarse Amor, Locura, Muerte...

Pero debe existir, y eso creo.

Aunque tal vez crea que creo

y es el engaño e engranaje roto,

la lucidez trizada por el tiempo

la increíble tozudez del alma humana.

Al fín, quizá, nada sea cierto...

Una mentira envuelta en mil colores

un piafar de caballos irreales

una nariz... un ojo y ¡suficiente!

Los hombres nos miramos extrañados

de ver hombres incomprensibles, pétreos

y ellos nos ven, como si no nos vieran

y chocamos y hablamos, para nada.

Giran los años en torbellino quieto

y estamos en el centro de la duda;

telaraña estelar lo envuelve todo

y nos quema una luz que sabe a piedra.

El Dios desconocido está de viaje

y no ha dejado nada que nos guíe.

La jaula sideral se quedó muda

o quizás nunca supo decir nada.

Entonces ¿para qué? ¿Por qué designio

ES el hombre, ES la vida, ES la esperanza...?

Hay un prisma incoloro entre los ciegos

que juegan -y jugamos- a ser hombres.

Sin embargo miramos desde el mundo

como si fuera el pódium de las coas,

el pedestal final, lo verdadero,

el estrado mayor de la cordura.

Y decimos: Mujer, Gaviota, Nieve...

bautizándolo todo con certeza

como infalible arquero de lo ignoto

y dormimos mejor, y no sabemos...

Pero un día se abre el grifo verde

y nos llueven tremendas voces rotas

peligra el equilibrio y hay fisuras

despertando al verdadero, que dormía.

Es el hombre un misterio, y el misterio

quiere saberse al in, y es doloroso.

Trastabillan las piedras más antiguas

y la razón se muerde la cadena.

No sirve preguntar, ¡sí nadie sabe...!

Hay que buscarse adentro y en el Todo,

en la raíz del árbol y el esputo

en la mano asesina y en los niños.

Hay que morder la luz con alma y brío.

Hay que apretar el puño hacia la luna,

Pero también reír, soñar despierto

y ver amanecer, que es suficiente.

El poeta se duerme en su locura

y una ronca canción gimen sus ojos.

Con sus dedos de luz crispa la vida

los sueños que el insomnio envidia.

Hay un telar tremendo en cada esquina

en cada corazón, en cada hora

y una rueca invisible que no ceja

y una pena apretada en cada beso.

No hablemos de la guerra: es suficiente

mirarse hacia el fondo sin engaños,

palpar la cama sola, el desatino

de acumular los días como peces.

No hablemos de relojes ni de suerte...

El hombre los inventa y desespera.

La luna es una piedra que nos mira

¡y sabemos qué luz es su ceguera!

Recurrimos a Dios, buscando al Hombre

buscamos en abismos y en el cielo,

y sabemos que todo está en silencio

y es nuestro escudriñar el que hace ruido.

Ya estamos en camino a las estrellas

y la envidia cambió de residencia;

no vive alquilando corazones;

compró el gran chalet del alma humana.

Pero es bueno haberlo descubierto

y es suicida dejarlo porque es cierto.

Volvamos nuestros ojos a la dicha

de sabernos falibles y pequeños.

El Dios desconocido está de viaje

pero tal vez regrese alguna aurora.

Hay que esperar confiando en la confianza

y sentirnos pequeños con grandeza.

La esperanza es una piedra dura

que el agua de loa años no socava

que el viento del dolor ni la conmueve

que el frío de la ira jamás triza.

¡Hay que morder la luz con alma y brío!

¡Hay que apretar el puño hacia la luna!

Pero también reír, soñar despierto

y ver amanecer, que es suficiente

(POEMAS BAJO CERO - Héctor Rodolfo Peña

Ediciones "CHALTÉN" Buenos Aires 1974

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