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Héctor José Fadul

La Entrerriana

Es un día de invierno

del año noventa y cuatro

en la estancia “La Entrerriana”

la noche llega despacio

anunciando en los pedreros

la negrura de su manto.


Todo parece distinto,

la gente, el perro, el caballo,

ese piño de capones

que ayer trajeron del campo

por si faltaba la carne.


Es estampa de milagro

la quietud de ese momento…

al enfrentar el descanso

un silencio que conforta

es por todos respetado,

ni un silbido que se atreva

a romper todo ese encanto,

si parece ceremonia

ese gesto de los gauchos

cuando se tiñe de negro

el sudor de su trabajo.


Pienso en ellos, en su esfuerzo,

en ese lamento largo

del hombre de tierra adentro,

en el grito no escuchado

de ese duro campesino,

lo mas bueno y lo mas sano

de esta Argentina tierra.


Por eso así lo acostumbraron

no importa el viento o la nieve

la lluvia o si ha escarchado,

debe cumplir, aunque duela,

porque le dieron conchabo.


Y yo les veo tranquilos

preparar para el descanso

cuero y lezna, yerba y agua

cuento trasnochado

y bromas que nunca faltan

total… mañana al trabajo.


Hay que empezarla de nuevo

siempre los mismos pastos.

El frío se va metiendo

dentro del hombre de campo.


Y entonces llega la noche,

el fogón, el mate amargo

algún pedazo e´ picana

que acompañan con un trago

y los sueños compartidos

con aquel que es un hermano

aunque no tenga su sangre

que importan aquellos lazos

si en las largas horas de pampa

vivieron igual cansancio.


Bajo el techo e´ La Entrerriana

o dónde le cuadre, paisano,

todo es igual cuando deja

la suavidad del asfalto.

La estampa siempre es la misma

en la estancia o en el rancho.


Cuando las sombras lo cubren

ovejas, perros, caballos

y hasta los bichos cuatreros

usan silencio de campo

respetando a ese gauchaje

que va a soñar su descanso.


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