Sentía la brisa acariciándole suavemente el rostro. Una paz infinita empezaba a inundarlo. Alzó una mano como queriendo tocar el cielo, pero las nubes no le daban para mantener mucho tiempo esa actitud. La hojarasca húmeda se arremolinaba a su alrededor cubriéndolo imperceptiblemente. La embriaguez había ido disminuyendo y con ello aumentaba el frio. El amanecer estaba próximo y pronto vería los primeros rayos del sol.
Hizo un esfuerzo para incorporarse pero no pudo. Se dejó estar. Quiso recordar alguna cosa agradable como para matar el tiempo. Lo primero fue pensar en su madre.
-Huguito… ¿no vas a ir a la cancha esta tarde?
-Sí, vieja…Hoy tenemos un partido muy importante para el campeonato… no podemos perder.
-Bueno entonces deja de tomar que luego vas a estar mareado.
-Sí, viejita, un vasito más y luego me tomo unos mates amargos.
-Está bien, hijo… así no andas armando escándalo.
El frío había aumentado un poco. Percibía borrosamente la silueta del árbol. Por allí alguna hoja le cosquilleaba en el rostro. Trataba de lograr algún vomito como para aliviar un poco la pesadez del estómago, pero, lo único que obtenía era segregar una baba amarga y maloliente que se quedaba en los bordes de su boca.
Por fortuna, esta vez, las arañas lo habían dejado en paz. Las pesadillas eran terribles. A veces eran tantas, que los pisotones y manotazos no le daban abasto para poder eliminarlas. Se le subían por las piernas; trepaban por la espalda; se le clavaban en la nuca y hasta se le metían en la boca. Ahora no. Ahora sentía una tremenda tranquilidad. No había arañas ni grillos. Los grillos eran otros bichos molestos. Su canto, que para otros resultaba agradable se tornaba tan estridente que lo hacían ponerse histérico. Por más que se tapaba los oídos no lograba dejar de escucharlos. Escapaba al patio en calzoncillos, pero la lluvia le traía sapos y lagartijas.
-Ven, Hugo, que te estas mojando- le decía Susana, su mujer, tomándolo del brazo- te voy a preparar un café…
Él le obedecía tiritando de frío. Sentía la necesidad de un trago, pero quería complacer a su mujer y se tomaba un café. Luego cuando ella se durmiera, saldría otra vez al patio y sacaría de su escondrijo la cajita de vino que en la tarde había guardado, por si acaso.
-Cuándo dejarás eso- le preguntaba Susana con un tono de ruego-, ayer, después del partido estuviste peleando sin ninguna razón… después te lanzaron del bar y anduviste haciendo macanas en el centro.
- ¿En serio?… no me acuerdo- dudaba Hugo- y… ¿Por cuánto ganamos el partido?
-¡Que iban a ganar si andaban todos borrachos!
- Y bueno, pero nos divertimos ¿no?
Una hoja del árbol le cayó entre los labios. Quiso expulsarla soplando y cuando entreabrió la boca salieron volando un millón de palomas blancas que empezaron a revolotear sobre su cuerpo. Una de ellas se trepo en una hoja y se dejó llevar por la brisa. A lo lejos sintió un murmullo como si fuera un coro cantando aleluyas. Luego parecía ser el ruido de vehículos. Trataba de aguzar el oído, pero solo escuchaba el rumor de la hojarasca que lo tapaba más y más.
Podía visualizar, desde su posición cara al cielo, algunas estrellas. Parecía que ya empezaba a clarear. Queda poco, pensó. Si, muy poco. Los pies ya no los sentía. Los brazos lazos estirados al lado de su cuerpo se negaban a moverse. La quietud de la espera lo estaba adormilando. Se resistía con todas sus fuerzas porque sabía que en cualquier momento llegaría la ayuda que necesitaba para incorporarse y marchar hacia su casa en donde lo esperaban sus hijos.
- Papá, no tomes más… nos das vergüenza.
- No, hijo… un vasito y nada más.
- Si, pero vos decís que un solo vaso más y después sigues tomando y nuestros amigos se ríen de nosotros ¡¡ y de vos también!!
- Bah, no les den bolilla.
- Si, pero cuando fuiste a la reunión de padres, te comportaste muy mal por que estabas borracho.
- Si, pero, yo tenía razón… esos hijos de mil putas no tenían idea de lo que decían; por eso tenía que ponerlos en su lugar.
- Pero no así, papá, como lo hiciste.
- Bueno, bueno, dejen de joder ¡carajo!
Un vecino lo convenció para asistir a las reuniones que organizaba el GIA (Grupo Institucional de Alcohólicos). La primera vez tuvo mucha vergüenza. Asistió durante dos semanas sin faltar un día, hasta que unos amigos lo invitaron a comer un asado y para bajar la grasa del capón probó de nuevo el vino. Y siguió probando hasta que sobrevino la primera pérdida del conocimiento cuando cayó rígido al suelo con los ojos mirando a cualquier lado. Después que pasó todo fue al médico.
- Va a tener que abandonar el alcohol. Este desmayo es el primer aviso. Después vendrán otros peores.
- Si, doctor.
- Todo depende solamente de Ud.
- Si, doctor.
- A un está a tiempo de cambiar su vida.
- Si, doctor.
- Si, doctor…si, doctor…si, doctor… hasta el cansancio. Siguió bebiendo. Empezó a ver las arañas, las lagartijas, las ranas y los sapos; los grillos que no lo dejaban dormir con su chirrido persistente. “el doctor que se cague, que mierda me importa. Venga un vino, mozo, y traiga otro más”. Uno tras otro hasta llegar a esa embriagues cautivante. Después ir hasta la casa tambaleando. Buscar en la heladera algún resto de alcohol. El ultimo antes de acostarse. Otro para poder seguir durmiendo. Y en la mañana, el agua que le reventaba el hígado. La sed que quemaba la garganta.
“La puta madre, solo tengo seis palos y el vino cuesta doce”, pensaba mientras hurgaba en sus bolsillos vacíos. “voy a pedirle al vecino Torres. Él debe tener. Siempre tiene, total después se lo devuelvo”.
De pronto, esos agujeros negros. Cada vez más frecuentes. Con las manos se hacía del aire y volaba. Extendía los brazos y planeaba por donde él quisiera. Al lado las nubes danzaban grotescamente y los ángeles le cantaban mientras él les sonreía.
- Huuuugooooo…Huuuugoooo- lo llamaban voces lejanas, apenas audibles- Huuuugoooo.
Sacudía su cabeza para despejar los oídos. Las voces lo seguían nombrando. El árbol empezó a retorcerse. Parecía reír. Soplo hacia él y le volvieron a salir palomas blancas. De entre los dientes le brotaron miles de conejitos extrañamente blancos. De repente, de la lengua salió un dragón echando fuego por sus fauces.
Hugo abrió los ojos desmesuradamente. Tenía miedo. Terror. El tiempo se iba. Dio un estertor repugnante y se quedó quieto.
Muy quieto…de cara al cielo.