El ventilador se iba deslizando por la huella que faldeaba al cerro, arrastrado por una topadora que oficiaba de tractor. El cerro estaba cubierto por flores silvestres que ponían una nota de color sobre el verde del césped, cada tanto interrumpido por unas matas de calafate debajo de las cuales salían espantadas, por el ruido del motor, algunas liebres que dormían protegidas de la claridad por dichas malas. En lo alto, con fondo de nubes que corrían siempre presurosas hacia el norte, planeaban uno cóndores con sus enormes alas extendidas, inmóviles hasta que cada tanto, casi con pereza, las agitaban un par de veces muy despaciosamente para continuar planeando sobre el cerro.
Más adelante comenzaba un sinuoso que atravesaba un bosquecito de lengas cargadas de nudos y pájaros, que bajaba hasta un arroyo que corría umbrío con aguas claras y heladas, cantarinamente entre las orillas bordeadas de helechos y saltando de piedra en piedra. Por entre los árboles pasó fugazmente, trotando, un zorro con una liebre entre los dientes. En el interior del bosquecito, a la sombra, estaba fresco y en algunos recovecos aún había nieve.
Cuando el Tucu Almonacid salió esa mañana, al pasar la curva frente al edificio de la Administración antes de comenzar la subida de la mina número dos, prendió un cigarrillo. Único vicio que se permitía. Sintió una puntada en el pecho que lo dejó sin aliento. Se frotó la parte dolorida con una mano, respiró hondo y empuñó la palanca de cambios, atento a la subida.
No era la primera vez que sentía esa puñalada atravesándole el pecho. Pensó en Carmen y en Oscarcito que habían quedado en su Tucumán esperando que a él le dieran una casa, en Río Turbio, en plena precordillera santacruceña y así estar otra vez todos juntos... ¡y seguía esperando...! Ya hacía más de diez meses que esperaba. Mientras, hacía changas, y ahorraba prácticamente de lo que no tenía, para poder mandarles algún peso más... Oscarcito, ¡qué grandote que debía estar ese bandido...!
Después de sentir varias veces esa puntada, decidió ir a ver al médico.
-jAlmonacid!
.Al oír que lo llamaban, avanzó por el pasillo hasta la puerta que tenía el cartelito "Consultorios Externos".
-Permiso... -Pasa... a ver, contame qué te anda pasando... Todo esto dicho sin levantar la cabeza de una revista que estaba leyendo. -Vea dolor, cada tanto io siento como si se me hincara algo... aquí en el pecho... -¡Aja,..! ¿Qué edad tenés... fumás mucho? -Y... voy ia pa' los teintidó... y me pito unos quince al día... -¿Y de dónde sos vos...? -De Tucumán, dotor... de Tafí Viejo... de los taiere, ¡pué! -Entonces... es el frío que te voltea. Fumá menos y tomate una de estas pastillas cada cuatro horas... mañana ya vas a estar bien... hoy no tomés frío... y si te duele mucho, te tomás dos pastillas juntas... ¡mañana a trabajar! Hoy, no tomés frío y metete en la cama hasta mañana... ¡enfermera, el que sigue! -Gracias dotor...
Y salió del hospital, rumbo al pabellón donde vivía, decidido a aprovechar el tiempo escribiéndole a Carmen y decirle una vez más que tuviera paciencia... que a ella le iba a gustar Río Turbio, ese pueblito minero, donde se sacaba el carbón de las entrañas del cerro y que era tan distinto a su Tucumán... que hacía frío, pero frío en serio... que nevaba, que iban a tener una linda casa, bien abrigada... que el chango iba a poder ir a la escuela aunque nevara y que ya lo estaba imaginando, a su changuito en medio de la nieve jugando con los otros chicos. Cuando enfrentó el sinuoso volvió a sentir la puntada que pronto se convirtió en algo abrasador pero, al momento cesó. Pero también cesó todo lo demás y la topadora con el ventilador a la rastra, siguió de largo en el sinuoso. Con el mido de su caída cerro abajo, tapó el rumorear del arroyo.